domingo, 17 de junio de 2007

TRAVESTIS...Hombres que se venden en piel de mujer

Generalmente se instalan en lugares que consideran estratégicos como las avenidas José Ortega y Gasset, Nicolás de Ovando y San Vicente de Paúl; en el Centro de los Héroes y la llamada Esquina Caliente, de Herrera.
Muchos homosexuales y transexuales dicen haberse visto obligados a terminar como trabajadores sexuales en las calles debido a la homofobia que los excluyó.
"Barbie"
"Eva"
La realidad del trabajo sexual masculino representa un tabú en un país como el nuestro. El tema de la prostitución ha sido más analizado en el ámbito femenino debido a la errada concepción social de que el hombre no puede ser “prostituto”.

Pero lo cierto es que el oficio más antiguo del mundo en su vertiente masculina existe y en las más variadas manifestaciones.

Otros nombres acompañan el “oficio”, ya se hable del popular “vividor”, los ya conocidos “sanki pankis”, el llamado “chulo” o el más habitual “mujeriego”.

En la opinión de muchos, este fenómeno ha aumentado debido a la independencia económica alcanzada por las mujeres en los últimos tiempos y que ha provocado que los hombres “se recuesten” y se dediquen a conquistar féminas que los mantengan.

Sin embargo, existe otro tipo de trabajador sexual que en esta capital ha tomado auge en los últimos cinco años, y que en cierta forma ha pasado casi desapercibido.

Se trata de los llamados “bardajes”, a lo que los psicólogos llaman “mujeres atrapadas en cuerpos de hombres”, conocidos también como “trans” por su condición genérica de travestis y/ o transexuales.

La cifra, según estiman algunos de ellos, es de aproximadamente quince trabajadores sexuales por lugar, ya se trate de las avenidas José Ortega y Gasset, Nicolás de Ovando y San Vicente de Paul; en “La Feria” en la “Esquina Caliente” de Herrera o algún otro lugar menos frecuentado. En los llamados “puntos” se reúnen para esperar a los clientes quienes los pasan a buscar generalmente en un automóvil.

cara exterior, el brillo de las lentejuelas y las pelucas es lo que todos pueden observar superficialmente de la prostitución masculina. Pero al mirar por dentro se descubren otras historias, mucho más dolorosas y humanas.

La jornada
Habitualmente una noche de trabajo inicia a las ocho, más o menos. Cada uno comienza a llegar por su cuenta. “La hora de salida depende de lo que Dios nos dedique esa noche”, cuenta “Shakira”, joven que ejerce el trabajo sexual desde hace aproximadamente cuatro años.

Por día, se pueden atender en promedio siete u ocho clientes “rastreros”, dice, dependiendo de si llegan los clientes fijos que pagan “una buena suma”, lo que permite terminar más temprano. Mas aki

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